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INTRODUCCIÓN
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[La ciudad de Dublín, Irlanda, se encontraba sumida bajo el manto sereno de la noche. Las luces de las farolas titilaban suavemente sobre las calles empedradas, mientras el murmullo lejano del río Liffey añadía una melodía tranquila a la escena. En una modesta vivienda, una pequeña familia disfrutaba de su vida pacífica, ajena al destino que pronto les alcanzaría. Ninguno de ellos imaginaba que esa noche, sus vidas cambiarían para siempre y que uno de ellos estaría destinado a quedar grabado en la historia de Irlanda y el Reino Unido.]
En una habitación oscura, iluminada apenas por la pálida luz de la luna que se filtraba por las cortinas, un niño de no más de diez años dormía profundamente. Su cabello negro, corto y desordenado, contrastaba con la suavidad de las mantas que lo cubrían. Su respiración era tranquila, acompasada, como si estuviera sumido en un sueño sin preocupaciones. Sin embargo, la calma de la noche se vio abruptamente interrumpida.
Un estruendo ensordecedor sacudió el edificio. El rugido de una explosión sónica atravesó la ciudad como un relámpago de destrucción, haciendo temblar las paredes y haciendo vibrar los cristales de las ventanas. El niño se despertó de golpe, su corazón latiendo con fuerza contra su pecho. Sus oídos zumbaban, y por un momento, el pánico lo paralizó. Se incorporó en la cama con la respiración agitada y, sintiendo la urgencia del momento, se deslizó fuera de las mantas y corrió hacia la ventana.
Sus ojos se abrieron con asombro y terror al contemplar el cielo. Decenas de aviones de caza surcaban la noche como aves de rapiña, sus siluetas recortándose contra la luna. El rugido de sus motores era ensordecedor. Desde sus alas, misiles descendían como flechas mortales, explotando en las calles y edificios sin piedad. Ametralladoras rugían, esparciendo destellos de fuego en todas direcciones. Abajo, el caos reinaba. Hombres, mujeres y niños corrían desesperados, gritando y llorando, pero muchos no lograban escapar. El niño observó con horror cómo algunos eran alcanzados por los disparos, cayendo inertes sobre el pavimento teñido de sangre.
De pronto, un estruendo seco resonó en su habitación. La puerta fue derribada de un golpe brutal, haciendo que el niño se girara con el corazón a punto de salirse del pecho. En el umbral apareció una figura imponente: su padre. Caoilfhionn tenía el cabello negro y la barba espesa, y aunque su expresión solía ser calmada y firme, en ese momento su rostro reflejaba una mezcla de urgencia y preocupación.
Caoilfhionn: ¡Hijo, no hay tiempo para explicar, ven, nos vamos de aquí!
El niño no necesitó más palabras. Su instinto le gritaba que obedeciera sin dudar. Corrió hacia su padre, quien lo tomó con fuerza y lo subió a su espalda sin esfuerzo. El hombre salió apresurado de la habitación, con pasos rápidos y decididos, mientras su mirada se movía de un lado a otro, evaluando la situación.
En el pasillo, una mujer de cabellera corta y pelinegra los esperaba con el rostro marcado por la angustia. Sus ojos marrones brillaban con una mezcla de miedo y determinación. Aoibheann, la madre del niño, sostenía un bolso de tela en una mano y una pequeña mochila en la otra. Su respiración era agitada, pero su voluntad era firme.
Aoibheann: ¡Amor, ya tengo listas las provisiones, vámonos!
El sonido de otra explosión hizo temblar el suelo bajo sus pies. No había tiempo que perder. La familia se lanzó a la carrera, huyendo por los estrechos pasillos del edificio mientras el rugido de la guerra consumía la ciudad que una vez llamaron hogar.
Apenas salieron al exterior, un viento helado les golpeó el rostro, arrastrando consigo el olor metálico de la sangre y la pólvora. La ciudad, que hasta hace unas horas respiraba tranquilidad, ahora era un infierno de fuego y destrucción. El cielo estaba cubierto por un humo espeso y negro, iluminado por el resplandor de incendios que devoraban edificios y calles enteras.
Caoilfhionn avanzaba al frente, con los sentidos alerta, asegurando el camino mientras su mano firme sostenía la de su hijo. Donovan, con el corazón latiendo a toda velocidad, alzó la mirada hacia su madre, buscando en ella alguna respuesta que le diera sentido a todo lo que ocurría. Su mente infantil no podía procesar la magnitud de la tragedia que se desarrollaba a su alrededor.
Aoibheann, con el rostro tenso, inclinó la cabeza y apretó los labios, buscando las palabras adecuadas. Quería explicarle lo que pasaba sin llenarlo de más miedo, pero la verdad era cruel y no había una forma suave de decirla. Luchó contra su propia angustia, intentando sonar calmada, pero antes de que pudiera responder, la voz grave de Caoilfhionn rompió el silencio con una franqueza inquebrantable.
Caoilfhionn: Donovan, hijo mío… La situación entre Irlanda y el Reino Unido ha estado complicada en los últimos dos años. Han tomado nuestros territorios por sus recursos y minerales, y aunque sabía que esto podía escalar… nunca imaginé que terminaría así.
El niño frunció el ceño, tratando de comprender el significado de aquellas palabras. Pero antes de que pudiera hacer alguna pregunta, su padre levantó una mano en señal de alto. Se quedaron inmóviles. Desde la esquina de la calle, se escucharon pasos firmes y pesados, el sonido inconfundible de botas militares marchando sobre el pavimento.
Apenas unos segundos después, un civil apareció corriendo desde la penumbra, su respiración entrecortada por el pánico. Apenas abrió la boca para pedir ayuda, un disparo seco resonó en la calle. Donovan observó con horror cómo el hombre se desplomaba en el suelo, su cuerpo inerte cayendo con un golpe sordo contra el pavimento. Un charco de sangre comenzó a formarse bajo él.
Aoibheann sintió que su corazón se encogía, pero reaccionó rápido. Tomó con fuerza la mano de su hijo y la de su esposo, tirando de ellos para cambiar de ruta. Apenas doblaron una esquina, Caoilfhionn los empujó repentinamente hacia un callejón estrecho. En cuestión de segundos, Donovan y su madre quedaron ocultos tras un muro de ladrillos mientras Caoilfhionn se pegaba contra la pared, observando la calle con una mirada calculadora.
A pocos metros, otro soldado inglés patrullaba con su rifle en mano, atento a cualquier movimiento. Con un movimiento ágil, Caoilfhionn sacó de su bolso una pistola con silenciador y, sin apartar la vista del soldado, habló en un susurro.
Caoilfhionn: Guarden silencio. Apenas dispare, correremos hasta la esquina.
Aoibheann asintió y, sin perder un segundo, cubrió los ojos de Donovan con suavidad. Quería preservar al menos un fragmento de la inocencia que su hijo estaba perdiendo en esa noche fatídica. La tensión era insoportable. Lo único que se escuchaba eran los pasos del soldado, cada vez más cerca.
Caoilfhionn esperó pacientemente. Su pulso era firme, su mirada calculadora. En el momento exacto, apretó el gatillo. El disparo fue limpio, certero. El soldado inglés cayó al suelo sin emitir un sonido, su cuerpo quedó tendido sobre el pavimento, mientras un oscuro charco de sangre se esparcía lentamente a su alrededor.
No había tiempo para pensar. En cuanto el cuerpo tocó el suelo, Caoilfhionn hizo una señal rápida y salieron corriendo del callejón. Atravesaron la calle a toda velocidad, sorteando escombros y cuerpos esparcidos por el suelo.
Donovan, sin poder evitarlo, giró la cabeza hacia un lado y sintió un escalofrío recorrerle la espalda. El pavimento estaba casi cubierto por los cadáveres de las personas que, minutos antes, había visto desde la ventana de su habitación. Un nudo se formó en su garganta, su estómago se revolvió, pero antes de que pudiera procesar el horror de la escena, sintió la mano de su madre tirando de él con suavidad.
Aoibheann: No mires, cariño… Solo sigue caminando.
Pero, ¿cómo ignorarlo? Cada calle parecía contar una historia de dolor, cada rincón era un recordatorio de que la ciudad que conocían estaba desapareciendo bajo la guerra. Nervioso y confundido, el pequeño Donovan miró a su madre con los ojos empañados.
Donovan: Mamá… ¿A dónde vamos?
Aoibheann titubeó. No tenía una respuesta concreta, solo el deseo desesperado de poner a salvo a su hijo.
Aoibheann: Yo… No lo sé, hijo. No lo sé. Pero prometo que todo estará bien, ¿de acuerdo?
Su voz intentaba transmitir seguridad, pero en sus ojos se reflejaba la incertidumbre. Donovan no estaba convencido, pero asintió lentamente.
Caoilfhionn los observó de reojo y, por un momento, su semblante endurecido se suavizó al ver la preocupación en los rostros de su esposa e hijo. Pero no podían permitirse dudar. Miró al frente nuevamente, atento a cada esquina, asegurándose de que el camino estuviera despejado.
Caoilfhionn: No se preocupen. Nos dirigimos a la costa. Hay buques de carga transportando a las personas a países aliados, lugares más seguros. Sea donde sea que acabemos, prometo que construiremos un nuevo hogar. Tal vez incluso te hagamos una habitación más grande, Don. Así podrás estudiar más cómodamente. ¿Te gustaría eso?
El niño levantó la vista hacia su padre, y por primera vez en aquella noche, una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro. Su madre también sonrió, con la esperanza de que esas palabras fueran ciertas.
Y así, con la promesa de un nuevo comienzo, la familia siguió su camino a través de la devastada ciudad, aferrándose a la única certeza que les quedaba: la esperanza de sobrevivir.
El camino hacia la costa de Dublín era una pesadilla interminable. Los edificios, algunos reducidos a escombros, ardían con llamas anaranjadas que iluminaban la ciudad en sombras. Los gritos de desesperación se mezclaban con el distante rugir de los aviones de combate y las sirenas de alerta. Cada calle era un escenario de tragedia, y cada paso que daban se sentía más pesado que el anterior.
Después de varios minutos avanzando con cautela, la familia se detuvo de golpe. Frente a ellos, un automóvil volcado bloqueaba el camino. El vehículo estaba destrozado, con el parabrisas hecho añicos y el metal doblado por el impacto. Alrededor de él, yacían los cuerpos sin vida de una familia que no había tenido la oportunidad de escapar.
Aoibheann apretó los labios, sintiendo un nudo en la garganta. Con un profundo pesar, llevó una mano a su pecho y se persignó en señal de respeto, al igual que Caoilfhionn. Donovan, sin entender del todo la solemnidad del momento, observó la escena con una mezcla de horror y curiosidad.
Avanzaron con cautela, alejándose del macabro hallazgo, pero apenas dieron unos pasos, Aoibheann notó que Donovan no los seguía. Su hijo se había quedado atrás, inmóvil frente al automóvil volcado, observando su interior con una expresión de desconcierto.
Aoibheann: H-hijo… No mires ahí, ven, vámonos.
Su voz temblaba ligeramente, pero intentó sonar firme mientras se apresuraba a tomar la mano de Donovan, intentando alejarlo.
Donovan: Pero mamá… Hay algo ahí. Se mueve… Entre la señora.
Aoibheann sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Miró a su esposo con incertidumbre.
Aoibheann: ¿Algo que se mueve…?
Caoilfhionn, quien hasta el momento había estado vigilando los alrededores en busca de soldados enemigos, dirigió su atención al automóvil con el ceño fruncido. Apretó con más fuerza su pistola, asegurándose de que no fuera una trampa.
Caoilfhionn: A ver… Háganse a un lado.
Con voz firme, pero sin perder la calma, se acercó al vehículo mientras Aoibheann tomaba a Donovan de los hombros y lo alejaba suavemente.
El hombre se agachó junto al auto, iluminando el interior con la pequeña linterna que llevaba consigo. La luz parpadeante recorrió los rostros inertes de los pasajeros… hasta que notó algo extraño. Uno de los cuerpos, el de una mujer que parecía haber intentado protegerse en el impacto, sostenía con firmeza un bulto envuelto en una manta.
Y entonces, la manta se movió.
Caoilfhionn: Oh, Dios mío…
Aoibheann y Donovan se miraron entre sí, sin comprender qué era lo que su esposo había visto. Con sumo cuidado, Caoilfhionn estiró los brazos y deslizó el bulto de entre los rígidos brazos de la mujer. Al girarse, dejó al descubierto lo impensable: un bebé.
Envuelto en una manta gruesa, la pequeña criatura temblaba ligeramente y respiraba con dificultad, pero estaba viva. Donovan abrió los ojos de par en par, sorprendido, mientras Aoibheann dejó escapar un jadeo ahogado.
Sin dudarlo, dejó la canasta con las provisiones en manos de su hijo y avanzó rápidamente hacia su esposo. Con un gesto instintivo, tomó al bebé entre sus brazos, acunándolo con un cuidado maternal.
El pequeño lloriqueó suavemente, encogiéndose en la manta con los ojos cerrados. Aoibheann lo sostuvo con fuerza, como si en ese instante, aquel frágil niño se hubiera convertido en el tesoro más valioso de la humanidad.
Caoilfhionn observó la escena en silencio, mientras Donovan se acercaba con la mirada clavada en el bebé.
Donovan: ¿Está… bien?
Aoibheann asintió, aunque la preocupación seguía reflejada en su rostro.
Aoibheann: Sí… pero está débil y aterrado. Pobrecito…
Caoilfhionn suspiró pesadamente, pasándose una mano por el rostro. No había tiempo para sentimentalismos. Se enderezó y volvió a escanear los alrededores con la mirada, asegurándose de que nadie los estuviera observando.
Caoilfhionn: No podemos quedarnos aquí. Nos movemos ahora.
Aoibheann asintió y, sin decir nada más, ajustó la manta alrededor del bebé y lo sostuvo con firmeza contra su pecho. Donovan, todavía en shock, tomó nuevamente la canasta con provisiones y siguió a sus padres mientras retomaban su camino hacia la costa.
La ciudad seguía en ruinas, pero en medio de aquel infierno, habían encontrado una pequeña chispa de vida.
El silencio que reinaba en las calles de Dublín era engañoso. Apenas llegaron al otro lado de la esquina, la familia pegó sus espaldas contra la pared de un edificio semidestruido, respirando con dificultad tras su última carrera. De repente, un estruendo sacudió el aire. Una pequeña explosión resonó no muy lejos de su posición, seguida por gritos ahogados de dolor.
Caoilfhionn, con los sentidos alerta, asomó la mitad del rostro por la esquina del edificio, evaluando la situación. A solo unos metros, en medio de la calle devastada, un soldado irlandés se enfrentaba solo a dos soldados ingleses. Su uniforme estaba desgarrado, su cuerpo cubierto de sangre y polvo. Apenas podía mantenerse en pie, pero aún intentaba luchar.
Entonces, Caoilfhionn vio algo que le revolvió el estómago.
Uno de los soldados ingleses, con una expresión fría y mecánica, levantó su brazo, el cual comenzó a transformarse. El metal se expandió como si su carne se reconfigurara, moldeándose en una larga y afilada cuchilla. Con un movimiento rápido y certero, atravesó el pecho del soldado irlandés, quien soltó un último jadeo antes de desplomarse, muerto.
Caoilfhionn: -apretando los dientes- Esos malnacidos…
Sus manos temblaban de rabia, pero respiró hondo y obligó a su mente a enfocarse. No podían permitirse un enfrentamiento directo. No con Aoibheann, Donovan y el bebé con él.
Volvió a ocultarse tras la pared y se giró hacia su esposa, hablándole en un susurro mientras extendía su mano.
Caoilfhionn: Amor, necesito que me des dos espinas tuyas.
Aoibheann asintió sin hacer preguntas. Su cabello, corto, comenzó a alargarse y endurecerse de inmediato, transformándose en largas y afiladas espinas que recordaban a las de un puercoespín, aunque mucho más resistentes. Con una mano sujetaba con firmeza al bebé, mientras que con la otra se arrancó dos espinas y se las entregó a Caoilfhionn.
El hombre tomó las espinas con cuidado, sintiendo la textura dura y letal en sus manos. Volvió a asomarse, observando a los soldados con atención, midiendo la distancia y esperando el momento adecuado.
Caoilfhionn: -susurrando para sí- Bien… primero la distracción.
Con precisión, disparó su pistola contra una pared cercana a los soldados. La bala rebotó en el concreto y golpeó otra pared con un estruendo seco. Los soldados reaccionaron de inmediato, girando sus cabezas en dirección al ruido, dándole la espalda a Caoilfhionn.
Era la oportunidad perfecta.
Con rapidez y precisión letal, Caoilfhionn lanzó las espinas una a una, como si fueran lanzas. La primera atravesó el pecho del soldado con el brazo transformado en cuchilla. El impacto fue tan fuerte que el cuerpo del hombre se sacudió antes de desplomarse sin vida. El segundo soldado apenas tuvo tiempo de girarse antes de que la segunda espina se clavara en su garganta. Se llevó las manos al cuello, gorgoteando, antes de caer al suelo.
Aoibheann observó la escena con una mezcla de incredulidad y nerviosismo. No podía negar que su esposo era eficiente, pero…
Aoibheann: -con una sonrisa nerviosa- Cariño… ¿E-era necesario usar mis espinas? P-podrías haber usado simplemente tu pistola.
Caoilfhionn la miró de reojo mientras hacía un gesto con la mano para que avanzaran. Su voz tenía un matiz sarcástico, pero también un intento de humor para aliviar la tensión.
Caoilfhionn: Claro, es tan fácil como disparar y ya. Después de todo, tengo balas ilimitadas, ¿verdad?
Aoibheann frunció los labios, mirando hacia otro lado con un leve puchero. Donovan, por su parte, no pudo evitar soltar una pequeña sonrisa. Por un instante, casi se sintió normal… como si sus padres estuvieran discutiendo algo trivial en lugar de estar huyendo por sus vidas.
Pero la sensación no duró mucho.
Con el camino despejado, reanudaron su marcha. La costa estaba cerca. Podían ver el resplandor del mar en la distancia. Solo tres calles más y estarían en el punto de evacuación. Sin embargo, algo hizo que Caoilfhionn se detuviera en seco y levantara el brazo, bloqueando el paso de Aoibheann y Donovan.
Su expresión cambió.
Caoilfhionn: -frunciendo el ceño- Esto es raro…
Desde su posición, podía ver claramente la costa. Pero algo estaba mal. No había buques de carga, ni personal militar asegurando la zona. Ningún civil esperando ser evacuado. Solo el vasto mar, tranquilo y vacío.
Caoilfhionn: La radio dijo que habría buques de carga aquí… Entonces, ¿dónde están?
Antes de que pudiera terminar su frase, la respuesta llegó de la peor manera posible.
Un disparo se estrelló contra el suelo a pocos metros de ellos, seguido por una ráfaga de balas que los obligó a retroceder. Desde los edificios a ambos lados de la calle, soldados ingleses surgieron como sombras, apostados en las ventanas y azoteas, apuntándolos con sus rifles.
Era una emboscada.
Caoilfhionn: ¡Mierda!
Sin perder un segundo, empujó con fuerza a Aoibheann y a Donovan hacia la entrada de un edificio cercano. Apenas cruzaron la puerta, los disparos llenaron el aire. El sonido ensordecedor de los impactos resonó en el interior mientras las balas perforaban la fachada del edificio.
Respirando agitadamente, Caoilfhionn miró rápidamente a su alrededor. Era un almacén abandonado, con estanterías derribadas y cajas dispersas por el suelo. No había tiempo para buscar otra salida. Lo único que podían hacer era atrincherarse.
Se giró hacia su hijo con urgencia.
Caoilfhionn: ¡Donovan, toma todo lo que puedas y ayúdame a bloquear la puerta!
Donovan, aún en shock, tardó un segundo en reaccionar, pero al ver la seriedad en los ojos de su padre, asintió con determinación y corrió a ayudar.
Mientras tanto, Aoibheann sujetaba al bebé con fuerza, su corazón latiendo con violencia. Afuera, los soldados ingleses se preparaban para entrar. Pero si pensaban que iban a ser una presa fácil… estaban muy equivocados.
El sonido de los disparos y los gritos de los soldados ingleses retumbaba en el exterior del edificio. La puerta principal estaba completamente bloqueada, pero Caoilfhionn sabía que eso solo les daría unos minutos de ventaja. No tardarían en volarla con explosivos o en derribarla a la fuerza.
Con la mente trabajando a toda velocidad, escaneó su entorno en busca de una ruta de escape. Sus ojos recorrieron el interior del viejo edificio hasta posarse en las escaleras. Había dos caminos: uno que llevaba hacia el piso superior y otro que descendía al sótano. Subir sería un suicidio; quedarían atrapados sin salida. Sin dudarlo, corrió hacia la escalera que bajaba y se hizo a un lado para que Aoibheann y Donovan pasaran primero.
Mientras estos descendían apresurados, Caoilfhionn volvió a inspeccionar el lugar, buscando algo que pudiera usar en su favor. Fue entonces cuando su mirada se posó en unas viejas tuberías de gas adheridas a las paredes, oxidadas y descuidadas.
Una idea se formó en su mente.
Caoilfhionn: ¡Rápido, dame otra espina!
Aoibheann, sin cuestionarlo, endureció su cabello de inmediato y arrancó otra espina, entregándosela con rapidez. Apenas la tuvo en sus manos, Caoilfhionn comenzó a perforar las tuberías, creando múltiples aberturas por donde el gas comenzó a escapar silenciosamente. Un olor penetrante inundó el ambiente.
Satisfecho con su trabajo, descendió apresurado al sótano, donde encontró a su esposa e hijo mirando frenéticamente en todas direcciones. No había salida. Estaban atrapados.
Aoibheann sujetaba al bebé con fuerza, con la respiración agitada. Donovan, aunque intentaba mantenerse sereno, no podía ocultar el terror en su rostro.
Aoibheann: -desesperada- ¡No hay manera de salir!
Pero Caoilfhionn no se rendía. Se pasó la mano por la barbilla mientras analizaba su entorno. Tocó las paredes, intentó recordar la estructura del edificio desde afuera, reconstruyéndola mentalmente. Entonces, su mirada se posó en una sección del muro que le pareció extraña. Se acercó y golpeó la superficie con los nudillos.
Hueca.
Su mente calculadora encajó las piezas. Recordó la dirección por la que habían entrado, la estructura del edificio y la disposición de las calles. Detrás de esa pared debía encontrarse el bajo nivel de la carretera.
Pero romperla no sería fácil.
Volvió a inspeccionar el lugar y su mirada se fijó en un gran tanque de gas escondido entre unas cajas. La solución estaba frente a él. Sin perder tiempo, lo tomó y lo arrastró hasta el pequeño almacén donde estaba la pared hueca.
Aoibheann: -confundida- ¿Qué estás haciendo?
Caoilfhionn: -concentrado- Ganándonos una salida.
Usando la espina que Aoibheann le había dado, perforó el tanque lo suficiente para que el gas escapara a gran velocidad, llenando la habitación en cuestión de segundos. El olor se hizo insoportable. Acto seguido, salió rápidamente del almacén y cerró la puerta tras de sí, bloqueando cualquier orificio por el que pudiera filtrarse el gas… excepto por la parte inferior de la puerta.
El tiempo corría. No tenían más de veinte segundos antes de que los soldados llegaran hasta ellos.
Caoilfhionn se apresuró a empujar a Aoibheann y Donovan hacia un rincón, cubriéndolos con su propio cuerpo.
Caoilfhionn: ¡No se muevan!
Tomó su pistola, apuntó hacia la base de la puerta del almacén y disparó. La bala rozó el suelo, generando una chispa.
Un segundo después, la explosión sacudió el sótano con una fuerza devastadora. La pared se vino abajo en una lluvia de escombros, abriendo un enorme agujero que conectaba con el bajo nivel de la carretera. La onda expansiva los lanzó al suelo, y un denso humo cubrió el lugar.
La salida estaba abierta.
Caoilfhionn: ¡Rápido, salgan ustedes, yo ganaré tiempo!
Aoibheann, aún aturdida, lo miró con incredulidad.
Aoibheann: ¡No, no pienso dejarte, yo…!
Pero antes de que pudiera continuar, Caoilfhionn la fulminó con la mirada. Su expresión era severa, casi amenazante.
Caoilfhionn: ¡Ni se te ocurra contradecirme ahora, mujer! Como tu esposo y padre de nuestro hijo, es mi deber priorizar su seguridad. ¡Así que largo!
Aoibheann apretó los dientes, conteniendo un grito de rabia. Sabía que discutir era inútil. Tomó la mano de Donovan con fuerza y corrió hacia la abertura. Antes de saltar, Donovan miró una última vez a su padre.
Caoilfhionn le dedicó una leve sonrisa.
Caoilfhionn: -en un susurro- Sobrevive, hijo...
Y con un último esfuerzo, Aoibheann y Donovan saltaron.
Apenas desaparecieron por el hueco, Caoilfhionn tomó todo lo que pudo para cubrir la salida, ocultándola lo mejor posible. No tenía mucho tiempo.
El sonido de múltiples pasos resonó a sus espaldas.
Los soldados ingleses habían llegado.
Caoilfhionn cerró los ojos un momento, tomando aire. Luego, con calma, se giró lentamente hacia ellos, levantando las manos en señal de rendición mientras dejaba caer su pistola al suelo.
El eco de los pasos firmes de los soldados ingleses resonaba en el sótano destruido, sus armas apuntando directamente al hombre que se encontraba en el centro de la habitación. Caoilfhionn, con las manos en alto y una expresión despreocupada, esbozó una media sonrisa mientras miraba a sus captores.
Caoilfhionn: Hey, amigos, ¿por qué las caras largas? ¿Acaso no me extrañaron?... Si no me han disparado aún, es porque claramente buscan algo de mí, ¿verdad?
Su tono desenfadado no hacía más que irritar a los soldados, pero ninguno se movió. No tenían órdenes de matarlo, al menos no todavía.
Lo cierto era que Caoilfhionn no solo intentaba ganar tiempo para su esposa e hijo. Sabía que el gas que había liberado en los pisos superiores ya debía haberse esparcido lo suficiente. La atmósfera estaba cargada con un peligro invisible, un arma letal que él mismo había preparado.
Fue entonces cuando un sonido metálico llamó su atención.
Entre los soldados, una figura diferente se abrió paso. No era un humano común, sino un ser cubierto por un exoesqueleto metálico de figura femenina. Su casco ocultaba completamente su rostro, y su voz, distorsionada por un modulador, hizo que incluso algunos soldados se tensaran.
???: Caoilfhionn... No podía esperar menos de un héroe de guerra.
Caoilfhionn arqueó una ceja, examinándola con cierta incredulidad.
Caoilfhionn: ¿Te conozco de algo? Digo, he visto muchas chicas hacerse cirugías plásticas, pero ninguna haciéndose una cirugía mecánica. Jejeje.
Rió con burla, su actitud despreocupada era su mejor arma en ese momento. Pero no tardó en recibir una respuesta física.
Un golpe seco impactó contra su rostro, lanzándolo al suelo de inmediato. El dolor recorrió su mandíbula, pero reconoció que el golpe no había sido lo suficientemente fuerte como para romperle algo. Lo estaban conteniendo.
Desde el suelo, escupió a un lado y sonrió con sorna.
???: Tan hablador e insoportable como siempre... Ahora que lo pienso, ¿no eran más? Vamos, dime dónde están los que te acompañaban y quizás les demos una muerte instantánea, ¿quieres?
Aunque su casco ocultaba cualquier gesto, el tono de su voz dejaba entrever una sonrisa cruel.
Caoilfhionn dejó escapar una carcajada sarcástica mientras se reincorporaba con cierta dificultad, frotándose la mejilla adolorida.
Caoilfhionn: Wow, ¿esas palabras son frías porque eres así o porque el metal que cubre tu cuerpo las vuelve frías?
Ni bien terminó de hablar, sintió un agarre de hierro cerrarse en torno a su cuello. La presión aumentó gradualmente, lo suficiente como para que sintiera dolor, pero sin llegar a asfixiarlo.
???: Mira, pedazo de mierda, si no te mato ahora es porque, como dijiste antes, queremos algo de ti: información. Así que más te vale cooperar.
Pero en vez de sentir miedo, Caoilfhionn soltó otra carcajada. Sabía que no podían matarlo de inmediato y, si jugaba bien sus cartas, podría alargar la conversación lo suficiente. Cada segundo que pasaba, el gas seguía esparciéndose.
Caoilfhionn: Vaya, ¿y en serio crees que sea tan estúpido como para dar información valiosa? Prefiero morir antes que ser un sucio traidor.
El silencio se hizo presente por unos segundos.
Y luego, la mujer robótica lo arrojó contra una de las paredes. Su espalda impactó con fuerza contra el concreto, haciéndolo gruñir de dolor. Sus piernas temblaban ligeramente por el impacto, pero logró mantenerse de pie.
Entonces, al tomar una respiración profunda, lo sintió.
Un aroma leve, apenas perceptible para cualquiera que no lo estuviera esperando.
Gas.
El momento había llegado.
Con movimientos pausados, casi como si se estuviera rindiendo, llevó su mano derecha a su bolsillo derecho, mientras que con la izquierda sacaba un paquete de cigarrillos. Con calma, se llevó uno a los labios.
Los soldados, tensos, alzaron aún más sus armas, listos para disparar si hacía algo sospechoso. Otros, aquellos con Dones (Quirks), activaron sus habilidades.
Caoilfhionn los miró con una vaga sonrisa.
Caoilfhionn: ¿Qué sucede? ¿Acaso no puedo fumar en mis últimos minutos de vida?
La mujer robótica alzó una mano, ordenando a sus soldados no disparar.
???: Bien... pero solo para que lo sepas, apenas termines tu cigarrillo, acabaremos con tu miserable vida. Ya que no quieres cooperar...
Caoilfhionn dejó escapar una risa ligera mientras sacaba un mechero de su bolsillo derecho.
Caoilfhionn: Muchas gracias por la hospitalidad, señorita...
El ambiente se tornó aún más tenso.
La mujer robótica lo observó fijamente. Algo no estaba bien. ¿Cómo podía actuar con tanta calma en una situación como esa?
Y entonces lo sintió.
El olor.
El gas ya no era leve. Ahora era evidente.
Sus circuitos internos analizaron la situación en milésimas de segundo y llegaron a una única conclusión: habían cometido un grave error.
???: ¡NO!
Se lanzó hacia él con toda la velocidad que su cuerpo mecánico le permitía, pero ya era demasiado tarde.
Caoilfhionn ya había accionado el mechero.
La chispa fue todo lo que necesitaba.
El fuego se encendió instantáneamente, y en menos de un segundo, el gas acumulado en el edificio reaccionó con una fuerza devastadora.
La explosión sacudió toda la estructura.
El estallido engulló a Caoilfhionn y a los soldados en un torbellino de llamas y escombros. Las paredes colapsaron, las vigas cedieron y el techo se vino abajo en una reacción en cadena imparable.
Desde el bajo nivel de la carretera, a varios metros de distancia, Aoibheann y Donovan se detuvieron en seco cuando una luz cegadora iluminó el cielo nocturno.
El edificio donde Caoilfhionn se encontraba desapareció en una nube de fuego y humo.
Aoibheann sintió cómo su cuerpo se paralizaba. Su corazón latía con fuerza, pero su mente se negaba a aceptar lo que veía.
Donovan, temblando, solo pudo susurrar:
Donovan: Papá...
La estructura colapsó por completo, dejando solo ruinas ardientes.
Caoilfhionn había cumplido su última misión.
El estruendo de la explosión aún resonaba en los oídos de Aoibheann mientras corría con todas sus fuerzas. Sujetaba con firmeza la pequeña mano de Donovan, sin soltar ni por un segundo al bebé que llevaba en su otro brazo. El calor de las llamas y el olor a humo impregnaban el aire, mientras los escombros seguían cayendo en la distancia, como si la ciudad misma estuviera gimiendo de dolor.
Donovan intentaba seguir el ritmo, pero sus pasos eran torpes, pesados por el miedo y la confusión. A pesar de que su madre tiraba de él con fuerza, su mirada seguía clavada en el edificio destruido, en aquel infierno de llamas y escombros que se alzaba tras ellos.
Donovan: ¡E-espera, mamá! ¡Vamos a dejar solo a papá!
Su voz infantil tembló, cargada de inocencia... de la poca que le quedaba.
Pero Aoibheann no respondió. No podía. Cada palabra que pudiera decirle se le atragantaba en la garganta, y el dolor en su pecho amenazaba con consumirla por completo. Su única respuesta fue correr más rápido, incluso cuando sus piernas empezaban a flaquear y las lágrimas resbalaban por sus mejillas.
Finalmente, Donovan cedió. Sus pequeñas piernas no pudieron más y, con un último vistazo a lo que había sido el refugio de su familia, desvió la mirada y siguió a su madre sin volver atrás.
Tras varios minutos de huida desesperada, Aoibheann redujo el paso hasta detenerse por completo. Su pecho subía y bajaba con rapidez, intentando recuperar el aliento. Su corazón martilleaba en su pecho, no solo por el esfuerzo, sino también por el terror de no saber qué hacer, ni a dónde ir. No había un solo lugar seguro en esa ciudad devastada. Y ahora, sin Caoilfhionn, se sentía completamente perdida.
Donovan, notando la desesperación de su madre, se acercó tímidamente y la abrazó con ternura. Su cuerpecito se apretó contra ella con suavidad, como si quisiera transmitirle el poco consuelo que podía ofrecerle.
El o sacudió a Aoibheann.
Miró a su hijo, y por un instante, el miedo se disipó. Cerró los ojos y correspondió el abrazo con un solo brazo, pues con el otro aún sostenía al bebé con firmeza. Inspiró hondo, tratando de encontrar fuerzas en ese momento, en el amor de su hijo.
Finalmente, secó sus lágrimas con el dorso de la mano y volvió a tomar la de Donovan, esta vez caminando sin rumbo fijo.
A su alrededor, la ciudad que alguna vez conoció había desaparecido. En su lugar solo quedaban montañas de escombros, estructuras colapsadas y, entre ellas, los cuerpos sin vida de quienes no tuvieron la misma suerte de escapar.
Donovan caminaba a su lado, y aunque su respiración seguía agitada, su espíritu infantil poco a poco empezaba a recuperarse. De vez en cuando daba pequeños saltos, como si intentara mantener la esperanza en medio del desastre.
Fue entonces cuando miró al bebé en los brazos de su madre y, con una expresión de curiosidad y ternura, preguntó:
Donovan: Mamá, ¿cómo se llama él?
Aoibheann parpadeó, sorprendida.
Hasta ese momento no se había detenido a pensar en ello. Todo había sucedido tan rápido que apenas había tenido tiempo de analizar la situación. Con cuidado, apartó un poco la manta que cubría al pequeño, buscando alguna señal que pudiera darle una pista sobre su identidad.
Y ahí estaba.
En su diminuta muñeca, una pulsera de identificación llevaba un nombre grabado: Declan.
Aoibheann: Se llama Declan, hijo… Pobrecito, nació hoy, hace unas horas…
Sus palabras salieron en un susurro, apenas creyendo lo que decía.
Donovan observó al bebé con atención. Sus ojitos infantiles reflejaban una mezcla de fascinación y dulzura. Tras unos segundos de silencio, miró a su madre con una sonrisa radiante.
Donovan: ¿Puede ser mi hermanito?
Aoibheann sintió cómo sus mejillas se calentaban ante la inesperada pregunta. La idea de adoptar al bebé era algo que no había considerado aún, pero... ¿realmente tenía otra opción?
Aoibheann: B-bueno… No es como si hubiera elección. No podemos dejarlo solito, sería algo cruel. Además…
No tuvo oportunidad de terminar su frase.
Antes de que pudiera decir algo más, Donovan ya estaba saltando de alegría a su alrededor, su entusiasmo desbordando cada palabra que decía. Hablaba tan rápido y con tanta emoción que a Aoibheann le costaba entenderlo, pero logró captar las últimas frases con claridad.
Donovan: ¡Prometo que lo alimentaré cuando no estés, que lo arroparé, que siempre estaré para él y que, sobre todo, lo protegeré!
Aoibheann sonrió con ternura ante la determinación de su hijo.
A pesar de todo el horror que los rodeaba, a pesar de la terrible pérdida que acababan de sufrir, Donovan aún encontraba la manera de aferrarse a la esperanza. Y ella tenía que hacer lo mismo.
Así que continuó avanzando sin rumbo entre los restos de la ciudad destruida, con Donovan brincando a su lado y Declan dormido en sus brazos.
Por un instante, aunque fuera solo un instante, bajó la guardia.
Por un instante, permitió que el amor de sus hijos la mantuviera en pie.
Porque ahora, sin Caoilfhionn, ellos eran lo único que le quedaba.
La calma fue efímera.
A lo lejos, el zumbido de las hélices de un helicóptero rompió el silencio de la noche. La intensa luz de su reflector rasgaba la oscuridad como una guadaña afilada, iluminando los escombros en busca de cualquier alma que aún respirara.
Aoibheann sintió cómo su corazón se detenía por un instante.
Sin perder tiempo, apretó con fuerza la mano de Donovan y lo arrastró con ella, ocultándose entre las ruinas de un edificio colapsado. Se abrazó al niño con fuerza, presionándolo contra su pecho mientras intentaba cubrir al bebé con su propio cuerpo, como si eso pudiera hacerlos invisibles.
El sonido de las hélices retumbaba sobre ellos, sacudiendo los restos de concreto y metal que los rodeaban. Aoibheann contuvo la respiración, rogando en silencio que el destino estuviera de su lado esta vez.
Donovan también se quedó inmóvil, sintiendo el temblor en la mano de su madre. Sabía que debía estar callado. Sabía que cualquier ruido podía delatarlos. Así que, por más que su pequeño cuerpo temblara de miedo, se aferró a ella y cerró los ojos, esperando que todo pasara.
Después de lo que parecieron horas, el sonido de las hélices comenzó a alejarse. La luz del reflector se disipó, y la noche recuperó su quietud.
Solo cuando estuvo segura de que el peligro había pasado, Aoibheann exhaló el aire que sin darse cuenta había estado reteniendo. Lentamente, salió de su escondite junto con Donovan, sintiendo sus piernas aún débiles por la tensión.
Sin otra opción, reanudaron su caminata sin rumbo.
El tiempo pasó de manera borrosa. El cansancio se hacía cada vez más evidente. Aoibheann caminaba con torpeza, sus pies apenas respondiendo a su voluntad. Donovan no estaba en mejor estado; sus ojos pesaban, y de vez en cuando pasaba sus manitas sobre su rostro en un intento de mantenerse despierto, bostezando en el proceso.
No sabían cuánto habían avanzado hasta que, sin darse cuenta, llegaron a un lugar distinto.
El aire era más puro.
El suelo ya no era solo una mezcla de ceniza y polvo, sino hierba húmeda y tierra firme. Los árboles de pino se alzaban a su alrededor, majestuosos y oscuros, como guardianes de otro mundo. Frente a ellos, valles y colinas se extendían en la lejanía, bañados por la luz plateada de la luna.
Aoibheann no lo dudó.
Siguió caminando entre la espesura hasta llegar a una cima rocosa. Desde ahí, la vista era sobrecogedora. Las estrellas titilaban en el cielo como pequeñas brasas, y la luna, llena y resplandeciente, parecía observarlos con silenciosa compasión.
Donovan se detuvo, cautivado por la inmensidad del firmamento.
Por primera vez en toda la noche, sus ojos no reflejaban miedo ni tristeza, sino fascinación pura.
Aoibheann lo notó y, en un gesto instintivo, decidió retroceder hasta donde él estaba. Con un suspiro, se dejó caer sobre la hierba y las rocas, permitiéndose un pequeño respiro. Con cuidado, colocó al bebé entre sus piernas, asegurándose de que estuviera cómodo y cálido.
Donovan se sentó a su lado, sin apartar la mirada de la luna.
Entonces, con un tono suave, casi soñador, preguntó:
Donovan: Mamá… ¿Por qué papá y tú decidieron ponerme Donovan?
La pregunta la tomó por sorpresa.
Aoibheann sintió un nudo en la garganta, uno que no tenía nada que ver con el cansancio o el miedo. Cerró los ojos por un momento, intentando contener las lágrimas que amenazaban con brotar. La nostalgia golpeó su corazón con fuerza, trayéndole imágenes de un pasado que ahora parecía un sueño lejano.
Los primeros llantos de su hijo recién nacido.
El rostro de Caoilfhionn iluminado por la luz de la luna a través del ventanal del hospital.
El brillo en sus ojos cuando finalmente pronunció aquel nombre.
Aoibheann: Bueno… -dijo con voz suave, acariciando el cabello de Donovan- tu padre y yo no habíamos pensado en un nombre para ti. Todo fue tan apresurado… tanta tensión… No nos decidíamos, ningún nombre nos convencía.
Hizo una pausa, recordando cada detalle de aquella noche.
Aoibheann: Pero entonces, en el momento en que naciste, algo cambió.
Miró hacia el cielo estrellado, y por un instante, pudo ver a Caoilfhionn de pie en aquel balcón, con la luna llena reflejada en sus ojos.
Aoibheann: Era una noche como esta… La luna estaba en su punto más alto, brillando con tanta intensidad que iluminaba toda la ciudad. Tu padre estaba mirando el cielo desde el balcón del hospital, agotado pero feliz, y entonces… lo supo.
Giró la cabeza hacia Donovan y le sonrió con ternura.
Aoibheann: Dijo que la luna de esa noche era la más hermosa que había visto en su vida. Y en ese instante, se le ocurrió el nombre perfecto para ti.
Los ojos de Donovan brillaron con curiosidad.
Aoibheann: Te llamó "Donovan" porque naciste bajo la luna llena. Dijo que tenía un hermoso significado: "el que es enviado de la luna".
Por un momento, el niño quedó en silencio.
Miró hacia la luna con una nueva comprensión, como si por primera vez entendiera la conexión que tenía con ella. Sus pequeños labios se curvaron en una sonrisa de pura maravilla.
Donovan: Entonces… ¿Papá pensaba que yo era especial?
Aoibheann sintió que el corazón se le encogía.
Rodeó a su hijo con un brazo y lo atrajo hacia ella, besando su frente con dulzura.
Aoibheann: Tu padre siempre supo que eras especial, desde el momento en que llegaste a este mundo.
Donovan se abrazó a su madre, sintiendo su calor en medio de la fría brisa nocturna.
Y, por primera vez en lo que parecía una eternidad, Aoibheann sintió un atisbo de paz.
A pesar de la pérdida.
A pesar del dolor.
La luna seguía brillando sobre ellos. Y de alguna forma, en algún lugar, sentía que Caoilfhionn también los observaba.
El tiempo pareció detenerse mientras Aoibheann y Donovan contemplaban la inmensidad del cielo nocturno. La luna brillaba con una intensidad reconfortante, como si los abrazara con su luz, susurrando una promesa de esperanza en medio de la tragedia.
Pero esa paz no podía durar para siempre.
De repente, como si una chispa encendiera su mente, Aoibheann recordó algo crucial.
La base militar.
Cathal Brugha Barracks.
Las palabras de Caoilfhionn resonaron en su memoria. Había mencionado muchas veces que aquella base era una de las más seguras. Siempre hablaba de su estructura reforzada, del personal altamente capacitado, de los protocolos estrictos que la protegían incluso en situaciones de crisis.
Quizás… quizás allí encontrarían la ayuda que necesitaban.
Por primera vez desde que comenzó su huida, Aoibheann ya no se sentía perdida.
Había un destino.
Había un propósito.
Respiró hondo, sintiendo cómo una determinación renovada la llenaba por completo. Se inclinó ligeramente hacia Donovan, quien dormía profundamente, su pequeño rostro iluminado por la luna. Con suavidad, lo sacudió un poco, al tiempo que tomaba a Declan de entre sus piernas y se ponía de pie.
Aoibheann: Donovan, hijo, levántate. Nos vamos ahora mismo.
El niño soltó un leve bostezo, frotándose los ojos antes de abrirlos lentamente. Aunque su cuerpo aún estaba adormilado, no protestó. Con movimientos perezosos, pero sin queja alguna, se puso de pie y tomó la mano de su madre.
Donovan: Mamá, ¿a dónde vamos? -preguntó con voz adormilada, mientras trataba de sacudirse el sueño-
Aoibheann giró la cabeza para mirarlo. Esta vez, sus labios formaron una sonrisa, leve pero genuina. Una que reflejaba seguridad.
Aoibheann: ¿Recuerdas cuando papá te llevó a donde trabajaba?
Donovan parpadeó un par de veces antes de asentir con la cabeza.
Aoibheann: Iremos allí. A la base militar. Estaremos seguros tú, yo y el pequeño Declan.
Mientras pronunciaba esas palabras, desvió la mirada hacia el bebé que descansaba en sus brazos. Había una calidez en su voz, una ternura que reflejaba la promesa silenciosa que acababa de hacer. No importaba lo que sucediera, protegería a esos niños con cada fibra de su ser.
Con la determinación marcada en su rostro, Aoibheann continuó caminando, atravesando el espeso bosque de Tibradden Wood hasta llegar a su salida.
La vista de la ciudad en ruinas la golpeó como una bofetada de realidad.
La destrucción era aún más aterradora en la penumbra. Edificios reducidos a escombros, vehículos abandonados con sus puertas abiertas de par en par, calles cubiertas de cenizas y polvo. No se oía nada, excepto el ocasional crujir del concreto bajo sus pies y el lejano ulular del viento.
Aoibheann avanzó con pasos firmes, pero sin perder la cautela. Cada sombra podía ocultar un peligro, cada esquina podía significar la diferencia entre la vida y la muerte. Aunque no veía a nadie, cada tanto se escondía entre los escombros, como si la paranoia se hubiera convertido en su nueva aliada.
La caminata sería larga.
A pie, le tomaría aproximadamente tres horas llegar a la base.
Pero no se dejó intimidar.
Siguió avanzando.
Hasta que vio algo entre los escombros.
A unos metros, semioculta bajo los restos de un edificio derrumbado, había una moto.
Su corazón dio un vuelco.
Se detuvo en seco y, con la mirada afilada, observó los alrededores, asegurándose de que no hubiera nadie cerca. Tal como Caoilfhionn le había enseñado.
Cuando estuvo segura, se acercó con cautela.
Antes de tocar la moto, sus ojos se posaron en algo que le revolvió el estómago.
A un lado, cubierto por una mezcla de polvo y sangre seca, yacía el cadáver de un hombre. Su cuerpo estaba inclinado sobre el suelo, con una expresión congelada en el horror de sus últimos momentos.
Por la posición en la que estaba, Aoibheann pudo deducir que había intentado huir.
Y no lo logró.
Sintió un escalofrío recorrer su espalda. Cerró los ojos por un segundo y, con un profundo respeto, se persignó antes de mover el cuerpo a un lado. No podía hacer más por él. Pero sí podía hacer algo por sus hijos.
Con manos firmes, comenzó a retirar los escombros que cubrían la moto.
Cuando finalmente la liberó, la enderezó con esfuerzo y la examinó con atención.
A simple vista, tenía varias abolladuras y estaba sucia de polvo y cenizas. Pero más allá de eso, parecía funcional.
Subió a la moto y, con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho, tomó la llave que aún estaba en el o. La giró.
El motor no respondió.
Intentó otra vez.
Nada.
Una tercera vez.
Silencio.
Por un momento, sintió que la desesperanza volvía a envolverla.
Pero no podía rendirse.
Apretando los dientes, accionó la llave una vez más…
Y entonces, un rugido quebró la quietud de la noche.
El motor cobró vida con un estruendo mecánico, vibrando con fuerza bajo ella.
Aoibheann sintió un destello de esperanza iluminar su pecho.
Por primera vez en horas, su rostro se iluminó con una sonrisa genuina.
Volteó hacia Donovan, quien observaba la escena con los ojos muy abiertos. Con un gesto de la cabeza, le indicó que subiera.
Sin perder tiempo, el niño trepó con cuidado a la moto, sosteniendo a Declan contra su pecho con una mano y usando la otra para abrazar a su madre con fuerza.
Aoibheann respiró hondo.
El viaje aún no había terminado.
Pero por primera vez en mucho tiempo, sintió que tenía una oportunidad real.
Tomó el manillar con firmeza, calentó un poco el motor y, tras un leve suspiro, aceleró.
La moto avanzó con facilidad entre los escombros, zigzagueando entre los restos de edificios y vehículos abandonados.
El viento golpeaba su rostro mientras la ciudad destruida se extendía ante ella.
Pero ya no importaba.
Sabía a dónde ir.
Sabía lo que tenía que hacer.
Y no se detendría hasta llegar allí.
El rugido del motor de la moto resonaba en el silencio de la ciudad en ruinas mientras Aoibheann mantenía la mirada fija en el camino. La brisa nocturna golpeaba su rostro, y aunque el aire estaba cargado de cenizas y polvo, había algo extraño en aquella quietud.
Donovan, abrazado con fuerza a su madre y sosteniendo a Declan con una mano, comenzó a notar algo inquietante. Desde que habían salido del bosque, no se habían cruzado con más soldados ingleses.
La batalla que antes rugía a su alrededor ahora parecía… apagada.
Demasiado silencio.
Demasiada calma.
Un escalofrío recorrió su espalda.
Donovan: Mamá, esto es muy raro… -dijo mientras tiraba suavemente de la camisa de Aoibheann-. No hay soldados por ningún lado. ¿Qué les pasó?
Aoibheann frunció el ceño, sin apartar la vista del camino.
Era cierto.
Las cosas se habían calmado demasiado rápido.
Demasiado fácil.
Y si había algo que la guerra le había enseñado, era que la calma nunca era gratuita. Siempre había una razón.
Entonces, al girar la cabeza hacia un costado, vio algo que le hizo detener la moto en seco.
A pocos metros de ellos, varios cazas de combate estaban esparcidos por el suelo, hechos pedazos. Sus fuselajes estaban destrozados, y las marcas de fuego los cubrían por completo.
Los cuerpos carbonizados de los pilotos aún estaban dentro.
Aoibheann bajó de la moto con cautela, su respiración se volvió pesada mientras observaba la escena. Dio un par de pasos hacia los restos de una de las aeronaves y, con cierto temor, alargó la mano para tocarla.
Apenas la yema de sus dedos rozó el metal ennegrecido, una quemazón intensa la obligó a apartar la mano de inmediato.
Se llevó los dedos a los labios y sopló el ardor, sacudiendo la mano en el aire.
Aoibheann: Esto no parece reciente… -susurró con el ceño fruncido-. Deben llevar aquí al menos una o dos horas…
Entonces, un resplandor rojizo iluminó el cielo nocturno.
Era un destello inmenso, como una llamarada que se expandía por el horizonte, tiñendo todo con su fulgor abrasador. Un calor repentino cubrió sus cuerpos, pero a diferencia del frío penetrante de la noche, aquella brisa cálida resultaba… reconfortante.
Aoibheann entrecerró los ojos, sintiendo su corazón latir con fuerza.
Aoibheann: ¿Será…?
Antes de que pudiera terminar la frase, Donovan la interrumpió con un grito de alerta.
Donovan: ¡Mamá, mira!
Siguió la dirección de su dedo y vio lo que parecía ser un grupo de linternas moviéndose entre las sombras.
No había tiempo que perder.
Subió apresurada a la moto y arrancó a toda velocidad, con Donovan aferrándose con fuerza a su cintura y protegiendo a Declan con su brazo.
Mientras avanzaban, Donovan volvió la vista hacia el destello rojizo en el cielo.
Se dio cuenta de algo.
No era solo fuego.
Eran llamas vivas, ardientes y titánicas, que se expandían como los pétalos de una flor infernal en plena floración.
Y no solo eso.
El cielo, que antes parecía vacío, ahora se había transformado en un caos de guerra.
Docenas de cazas volaban en formación, disparando sin cesar hacia el resplandor rojizo. Los proyectiles surcaban el aire, creando un ensordecedor estruendo de disparos y explosiones.
Donovan sintió su pecho apretarse.
¿Qué estaba pasando?
Donovan: ¡Mamá! ¿A qué se supone que están atacando?!
Aoibheann apenas pudo escucharlo por el estruendo, pero su respuesta fue clara.
Aoibheann: ¡Aidan! ¡El héroe número uno de Irlanda!
Donovan sintió que el estómago se le revolvía.
Aidan…
El héroe más poderoso de todo el país.
El fuego viviente.
Si él estaba aquí… significaba que la batalla aún no había terminado.
Pero no tuvo tiempo de procesarlo.
Una explosión estremeció el aire, aturdiéndolos por un instante.
Donovan alzó la mirada y vio con horror cómo un caza, con una de sus hélices arrancadas, caía en picada directamente hacia ellos.
Donovan: ¡Mamá, cuidado!
Aoibheann giró el manillar con todas sus fuerzas, intentando esquivar.
Pero era demasiado tarde.
El caza impactó contra el suelo con un estruendo desgarrador, arrastrándose por la tierra y chocando violentamente contra la moto.
El impacto los lanzó por los aires.
Todo se convirtió en un torbellino de dolor, polvo y confusión.
Aoibheann sintió cómo su cuerpo se deslizaba por el suelo, aferrando con desesperación a Declan contra su pecho. Donovan fue lanzado en otra dirección, golpeando contra los escombros.
El mundo giró a su alrededor antes de detenerse de golpe.
Dolor.
Todo era dolor.
Aturdido, Donovan abrió los ojos con dificultad. Su respiración era errática, su cuerpo temblaba.
Entre el mareo y la desesperación, buscó con la mirada a su madre.
La vio a unos metros, aún sosteniendo a Declan, tratando de ponerse de pie.
Apretó los dientes y se obligó a levantarse, cojeando hasta ella.
Donovan: Mamá… -susurró, tomándola de la mano y ayudándola como pudo-
Ella se apoyó en su hombro, respirando con dificultad.
Entonces, alzó la vista.
A tan solo unos minutos de distancia, se alzaban las murallas de Cathal Brugha Barracks.
Aoibheann: Y-ya casi… Solo un poco más… Vamos, hijo… avanza…
Juntos, avanzaron.
Pero la paz que Donovan imaginaba al llegar nunca llegaría.
El destino tenía otros planes.
Aoibheann, debilitada por las heridas, sintió sus fuerzas flaquear.
Un instante después, su cuerpo cayó al suelo, con Declan aún en sus brazos.
Donovan: ¡Mamá!
El niño se lanzó hacia ella, poniéndose de rodillas y sujetándola por los lados de la cabeza, sacudiéndola con desesperación.
Donovan: ¡Mamá, despierta! ¿Qué te pasa?!
Entonces, sintió algo caliente en sus manos.
Cuando las apartó, vio el rojo intenso de la sangre cubriendo sus palmas.
No entendía qué había pasado.
Hasta que escuchó el impacto seco de algo golpeando el suelo.
Volteó lentamente.
Una bala.
Apenas había rozado su cabeza.
El terror se apoderó de él.
Sin pensarlo, se puso de pie y echó a correr en dirección a la base.
Pero un llanto desgarrador lo hizo detenerse.
El llanto de Declan.
Volteó una vez más y vio su pequeño cuerpo en el suelo, aún con vida.
El miedo lo paralizó.
El tiempo pareció detenerse.
Y entonces, algo dentro de él despertó.
Un instinto arrollador lo obligó a moverse.
Con el corazón desbocado, corrió de vuelta, arrojándose sobre Declan para protegerlo con su propio cuerpo.
Cerró los ojos con fuerza, temblando.
Esperando lo peor.
Pero no sintió nada.
Cuando los abrió, vio cómo su piel había cambiado.
Era dura, cristalina, de un color oscuro.
Las balas rebotaban en su espalda, desviándose en diferentes direcciones.
Su Don…
Aquel Don que tenía desde los cuatro años…
Aquel que nunca supo cómo despertar o controlar…
Finalmente, había despertado.
Donovan alzó la mirada, el miedo aún atenazando su pecho. Su respiración era errática, y el temblor en su cuerpo no cedía. Los disparos seguían resonando a su alrededor, y ahora, con mayor claridad, pudo ver de dónde venían.
A lo lejos, sobre una colina, a tan solo unos minutos de distancia, varias siluetas se perfilaban contra la luz del amanecer.
Francotiradores.
Los mismos que le habían arrebatado a su madre.
La sangre se le heló en las venas al darse cuenta de que no solo seguían disparando, sino que se estaban moviendo.
Venían por él.
Donovan sintió que su pecho se oprimía. No sabía qué hacer. No tenía a dónde huir.
No podía moverse.
Todo lo que le quedaba era Declan, su pequeño hermano, y lo único que podía hacer era protegerlo.
Apretó con más fuerza el cuerpo del bebé contra su pecho, envolviéndolo en un abrazo desesperado. Su Don aún cubría su piel con aquella dura capa cristalina, pero no sabía cuánto más resistiría.
Cerró los ojos con fuerza.
Donovan: (Por favor… por favor que todo esto termine…)
Pero al abrirlos, el terror solo aumentó.
Los francotiradores ya estaban más cerca. Corrían hacia él, activando sus respectivos Dones. Donovan pudo ver cómo uno de ellos creaba cuchillas de aire con cada paso que daba, mientras que otro revestía su cuerpo con una armadura oscura, y un tercero generaba una ráfaga eléctrica en sus manos.
Su visión se nubló por el miedo.
Iban a matarlo.
Pero entonces…
El sol salió.
Y con él, descendió el fuego.
Desde lo alto, como si el mismo amanecer hubiera cobrado vida, una llamarada colosal cayó del cielo, envolviendo por completo a los francotiradores antes de que pudieran siquiera alcanzarlo.
El fuego estalló con un rugido feroz, consumiéndolos en un instante.
Donovan cerró los ojos, esperando sentir el calor abrasador sobre su piel…
Pero no pasó nada.
El fuego no lo tocó.
Cuando volvió a abrir los ojos, vio la silueta de un hombre caminando entre las llamas.
Al principio, parecía una antorcha humana. Su cuerpo entero estaba envuelto en un resplandor ardiente, como si el fuego naciera de su propia piel.
Pero luego, la intensidad del fuego disminuyó, dejando ver su verdadera figura.
Un hombre de gran estatura y musculatura imponente.
Su cabello, largo y algo desordenado, caía con naturalidad sobre su frente, combinando con su espesa barba rojiza.
Su barba rojiza y espesa combinaba con su cabello largo y desordenado, y su traje gris con detalles blancos y naranjas resaltaba aún más con el resplandor de las brasas a su alrededor.
Una larga capa ondeaba con la brisa, y en su rostro se dibujaba una expresión severa.
Pero lo que más impactó a Donovan fueron sus ojos azules.
Brillaban con una intensidad imponente. Fuerza. Determinación.
El héroe número uno de Irlanda estaba frente a él.
Aidan.
Al notar a Donovan en el suelo, su mirada se suavizó de inmediato.
La severidad de su expresión desapareció, y en su lugar, apareció una sonrisa cálida y tranquilizadora.
Aidan: Hey, pequeño… ¿Estás bien?...
Donovan no respondió.
No podía.
Solo lo miraba, con los ojos desorbitados, con el miedo aún oprimiéndole el pecho.
Giró la cabeza lentamente hacia el cuerpo de su madre, aún tendido en el suelo, sin vida.
Luego volvió a mirar a Aidan, desorientado, traumatizado.
El héroe siguió su mirada y, al ver a Aoibheann sin vida en el suelo, sintió un dolor punzante en el pecho.
Otra familia rota por la guerra.
Otro niño que perdería todo en un solo día.
Su expresión se ensombreció, pero su actitud no cambió.
Con cuidado, se arrodilló frente a Donovan, quedando a su altura.
Vio cómo el niño seguía temblando, aferrado con todas sus fuerzas a Declan, como si su vida dependiera de ello.
Entonces, Aidan lo abrazó.
Un abrazo firme. Protector.
Donovan se quedó en silencio.
Por unos segundos, no reaccionó.
Hasta que su cuerpo cedió.
Un sollozo desgarrador escapó de su garganta.
Y luego otro.
Y otro más.
Hasta que su llanto se convirtió en un grito de dolor, un grito ahogado en desesperación y angustia.
Todo lo que había contenido, todo el miedo, el dolor y la pérdida, explotó de golpe en aquel abrazo.
Aidan no dijo nada.
Solo lo sostuvo con fuerza.
Esperó.
Esperó a que Donovan se desahogara, a que pudiera encontrar un mínimo consuelo en medio de la devastación.
Cuando los sollozos comenzaron a calmarse, el héroe número uno de Irlanda se puso de pie.
Con gentileza, tomó la mano de Donovan, ayudándolo a levantarse.
El niño seguía llorando en silencio, los ojos enrojecidos, los pasos inestables.
Pero Aidan no lo soltó.
Y así, con Donovan aún sollozando, caminaron juntos hacia la base militar Cathal Brugha Barracks.
FIN
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PARTÍCIPES
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IMPORTANTE
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Como habrán notado, la forma en la que está escrita esta historia es diferente a la del capítulo uno de Relatos de la O.D.L.G.. Esto se debe a que estoy experimentando con distintos estilos narrativos, tratando de encontrar la manera que mejor se adapte a la forma en la que quiero contarles la historia de mis viejos amigos. Es posible que mi estilo varíe a lo largo del relato, pero espero que esto no les resulte molesto y que, por el contrario, enriquezca la experiencia de lectura.
Aprovecho también para aclarar que Crónicas de la O.D.L.G. será un proyecto independiente dentro de este universo. En él se narrarán historias del pasado de ciertos personajes que, por diversas razones, no tuvieron una exploración más profunda en la trama principal. En este caso, me enfocaré en Donovan, ya que su historia no fue abordada en medio del capítulo donde apareció. En ese episodio, solo vimos los eventos en los que participó en el presente, como su ayuda a Viuda Negra para asesinar a Nana Shimura. Sin embargo, apenas se ha mencionado su pasado, salvo algunas referencias vagas a una guerra.
Por ello, esta historia tiene como objetivo brindar más contexto sobre Donovan y esclarecer aspectos de su vida que quedaron en la sombra. No sé aún cuántos capítulos abarcará su historia, pero espero que disfruten este viaje tanto como yo disfruto escribirlo.
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