Esta es mi historia espero que les guste
The Autobot
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Capítulo 1: Granja de Hierro
Nadie habla del](https://image.staticox.com/?url=http%3A%2F%2Fpm1.aminoapps.descargarjuegos.org%2F9403%2F966199153eebd1fd640782a7e760d28633e3b8d6r1-1092-1020_hq.jpg)
Capítulo 1: Granja de Hierro
Nadie habla del subsuelo de Cybertron.
Bajo las brillantes torres de Iacon, bajo los pasos firmes de los soldados de Sentinel Prime, hay oscuridad. No la oscuridad de la noche —Cybertron no tiene noches—, sino la oscuridad del abandono, de lo que debe ser ocultado.
Ahí, en lo más profundo, existe la Granja de Hierro. No cultiva energón, ni partes... cultiva sufrimiento.
B1-27 no recuerda su nombre verdadero. Se lo arrancaron como a una placa defectuosa. Solo recuerda el frío metálico de las correas en su pecho, el zumbido de las sierras y el brillo azul helado del bisturí térmico. Cada día, lo arrastran a la mesa. Cada día, prueban algo nuevo.
Hoy, es una armadura experimental. Otro prototipo diseñado para el ejército personal de Sentinel. Se la encajan a la fuerza: pesadas placas negras que se adhieren con dolor a su chasis expuesto. Las bisagras se clavan en su estructura, como si cada parte intentara rechazarlo. No está hecha para él. Está hecha para un guerrero. Él es solo un sujeto de prueba.
—Activa el pulso térmico —ordena una voz desde la consola.
B1-27 grita. Sus circuitos se sobrecargan, su óptico izquierdo estalla como un cristal presurizado. El sistema no está listo para un cuerpo débil. No importa.
Nada importa.
A su alrededor, otros prisioneros lo observan desde sus jaulas, los más viejos sin ya pestañear. Para ellos, él es solo el siguiente. El que grita esta semana.
Los científicos —autobots al servicio de Sentinel— anotan sin emoción. Datos. Reacción al dolor. Falla estructural. Inestabilidad emocional.
—Tal vez este sí resista hasta la prueba de fusión neuronal —dice uno.
Eso significa abrirle la cabeza.
Cuando lo regresan a su celda, B1-27 no camina. Lo arrastran. Su cuerpo humea, sus pensamientos son fragmentos rotos: un campo de estrellas que ya no recuerda. Una promesa. Una voz. Alguien dijo su nombre alguna vez... pero todo eso fue antes.
Antes del programa de erradicación.
Antes de que Sentinel decidiera que no todos los Cybertronianos eran dignos de servir. Los que no encajaban eran reciclados. O peor: usados.
B1-27 se apoya contra la pared fría. En el silencio, piensa algo prohibido.
¿Y si existiera un propósito para su dolor? ¿Y si no fuera solo un número?
Allí, entre el metal oxidado y las luces parpadeantes, una chispa se enciende. No es esperanza. Es algo más primitivo.
Resistencia.
Perfecto. Continuamos The Autobot, Capítulo 1, justo donde lo dejamos, y ahora introduciremos a una fembot prisionera, alguien que será una chispa en medio de la oscuridad para B1-27. Tendrá un nombre original y presencia impactante, pero rota por dentro.
The Autobot
Capítulo 1: Granja de Hierro (continuación)
Perfecto. Continuamos The Autobot, Capítulo 1, justo donde lo dejamos, y ahora introduciremos a una fembot prisionera, alguien que será una chispa en medio de la oscuridad para B1-27. Tendrá un nombre original y presencia impactante, pero rota por dentro.
Horas pasan. O tal vez ciclos. En la Granja de Hierro, el tiempo se desintegra como chatarra oxidada.
B1-27 apenas parpadea. Su visión es borrosa, su sensor óptico roto no se ha autoreparado. El dolor ya no duele: es simplemente parte de él. Pero entonces, algo cambia. Una puerta chirría más allá del pasillo, no con el zumbido mecánico habitual, sino con un rechinar torpe, como si la instalación misma no aprobara lo que está ocurriendo.
Arrastran a alguien.
Él lo escucha antes de verla.
—¡Suéltame, perros cromados! ¡Ni siquiera saben usar esa armadura sin que les explote en la cara! —grita una voz rasposa, aguda, furiosa.
Luego la arrojan a la celda contigua con un golpe seco. El metal gime, las paredes tiemblan. La luz tenue revela su figura... es delgada, aerodinámica, hecha para velocidad más que combate, aunque su cuerpo lleva marcas profundas de cortes, impactos y quemaduras.
Su pintura era de un azul eléctrico, pero ahora solo quedan parches deslucidos, cubiertos por hollín y óxido. Su rostro tiene una grieta vertical sobre el visor derecho, como una lágrima congelada.
—Bienvenida a la jaula, velocidad —gruñe un prisionero al fondo.
—Cierra tu escotilla —responde ella sin girarse.
B1-27 la observa con su único óptico funcional. Algo en ella no cuadra. No solo por su ferocidad. Es su mirada. Vacía pero viva. Como si hubiera visto arder un mundo entero y aún quisiera correr a través de sus cenizas.
Ella se sienta, escupe un trozo de metal —literalmente— y por fin lo mira.
—¿Y tú qué? ¿También sirves de pieza de repuesto?
Él no responde. No recuerda cómo se habla. Solo gruñe... una especie de intento de vocalización. Entonces ella entrecierra los ojos.
—¿Eres nuevo? No... tú tienes el sello de pruebas. Eres un Burner, ¿cierto?
Él asiente lentamente. Ella lo mira de arriba abajo y suspira, casi con compasión.
—Genial. Otro número con suerte. Yo soy Thalix... aunque aquí me llaman “la que no se rompe”. —Hace una mueca—. No es cierto, claro. Ya me rompí hace mucho.
Silencio.
Pero por primera vez en ciclos, B1-27 siente algo moverse en su pecho. No esperanza. Algo más parecido a... reconocimiento.
—B1... 2... 7 —musita con esfuerzo.
Thalix lo observa un instante. Luego sonríe. No con ternura, sino con esa clase de sonrisa rota que dice bienvenido al infierno, al menos ya no estás solo.
—¿Sabes? No suelo aprender nombres. Pero el tuyo lo recordaré. Porque algo me dice que tú tampoco fuiste hecho para quedarte aquí.
Y en ese instante, en ese agujero sucio bajo Cybertron, un rayo invisible conecta dos almas destruidas. No para salvarse. Sino para resistir.
Juntos.
¿Quieres que la relación entre B1-27 y Thalix se desarrolle lentamente a través del sufrimiento compartido y posibles planes de escape? ¿O prefieres que surja un evento repentino (como una rebelión interna o un motín) que los obligue a actuar pronto?
Horas pasan. O tal vez ciclos. En la Granja de Hierro, el tiempo se desintegra como chatarra oxidada.
B1-27 apenas parpadea. Su visión es borrosa, su sensor óptico roto no se ha autoreparado. El dolor ya no duele: es simplemente parte de él. Pero entonces, algo cambia. Una puerta chirría más allá del pasillo, no con el zumbido mecánico habitual, sino con un rechinar torpe, como si la instalación misma no aprobara lo que está ocurriendo.
Arrastran a alguien.
Él lo escucha antes de verla.
—¡Suéltame, perros cromados! ¡Ni siquiera saben usar esa armadura sin que les explote en la cara! —grita una voz rasposa, aguda, furiosa.
Luego la arrojan a la celda contigua con un golpe seco. El metal gime, las paredes tiemblan. La luz tenue revela su figura... es delgada, aerodinámica, hecha para velocidad más que combate, aunque su cuerpo lleva marcas profundas de cortes, impactos y quemaduras.
Su pintura era de un azul eléctrico, pero ahora solo quedan parches deslucidos, cubiertos por hollín y óxido. Su rostro tiene una grieta vertical sobre el visor derecho, como una lágrima congelada.
—Bienvenida a la jaula, velocidad —gruñe un prisionero al fondo.
—Cierra tu escotilla —responde ella sin girarse.
B1-27 la observa con su único óptico funcional. Algo en ella no cuadra. No solo por su ferocidad. Es su mirada. Vacía pero viva. Como si hubiera visto arder un mundo entero y aún quisiera correr a través de sus cenizas.
Ella se sienta, escupe un trozo de metal —literalmente— y por fin lo mira.
—¿Y tú qué? ¿También sirves de pieza de repuesto?
Él no responde. No recuerda cómo se habla. Solo gruñe... una especie de intento de vocalización. Entonces ella entrecierra los ojos.
—¿Eres nuevo? No... tú tienes el sello de pruebas. Eres un Burner, ¿cierto?
Él asiente lentamente. Ella lo mira de arriba abajo y suspira, casi con compasión.
—Genial. Otro número con suerte. Yo soy Thalix... aunque aquí me llaman “la que no se rompe”. —Hace una mueca—. No es cierto, claro. Ya me rompí hace mucho.
Silencio.
Pero por primera vez en ciclos, B1-27 siente algo moverse en su pecho. No esperanza. Algo más parecido a... reconocimiento.
—B1... 2... 7 —musita con esfuerzo.
Thalix lo observa un instante. Luego sonríe. No con ternura, sino con esa clase de sonrisa rota que dice bienvenido al infierno, al menos ya no estás solo.
—¿Sabes? No suelo aprender nombres. Pero el tuyo lo recordaré. Porque algo me dice que tú tampoco fuiste hecho para quedarte aquí.
Y en ese instante, en ese agujero sucio bajo Cybertron, un rayo invisible conecta dos almas destruidas. No para salvarse. Sino para resistir.
Juntos.
Perfecto. Continuamos con la historia, sin cerrarla aún. Vamos a desarrollar poco a poco la relación entre B1-27 y Thalix, mientras siguen atrapados en la Granja de Hierro. La conexión entre ambos comienza a crecer no por esperanza... sino por una necesidad mutua de aferrarse a algo que no sea el dolor.
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Capítulo 1: Granja de Hierro (continuación II)
El ciclo siguiente comienza con gritos.
No de B1-27 esta vez, sino de un joven prisionero que no resistió una prueba de blindaje experimental. Lo arrastran fuera como chatarra inservible. La Granja lo traga. La Granja lo olvida.
Thalix no pestañea.
—Era su tercer intento con él —dice en voz baja, sin emoción—. Falló la integración de fusión cinética. No es que importe. Nadie ha salido vivo de esa prueba.
B1-27 se mantiene en silencio. Cada palabra, cada sonido que emite le cuesta energía. Pero la escucha. Por primera vez, escucha a alguien más que sus pensamientos.
—¿Tú cuánto tiempo llevas aquí? —pregunta Thalix, girando apenas el rostro.
Él intenta recordar... y fracasa. Solo sacude la cabeza.
Ella asiente.
—Eso hacen. Te borran de ti mismo. Como si tu chispa no importara. Pero te voy a decir algo, B1... yo sí recuerdo. Todo.
Se apoya contra la pared, mirando el techo de metal oxidado, y su voz se vuelve más grave.
—Yo corría por los puentes de Velocitron cuando aún eran libres. Me gané mi nombre en las carreras sin frenos. Me aplaudían. Me perseguían. Y cuando llegó Sentinel con sus leyes de “orden”, dijeron que yo era inestable. Inútil para el sistema. Me capturaron por no querer alistarme.
Silencio.
—Me pusieron aquí como castigo. Y me siguen usando porque... bueno —sonríe con una mueca irónica—, porque no muero. Todavía.
B1-27 quiere decir algo. Pero su procesador apenas funciona con normalidad. Sin embargo, por algún motivo, pronuncia dos palabras:
—Tú... corres.
Thalix lo mira sorprendida.
—Sí. Corría. Corría tan rápido que pensaban que volaba.
Hace una pausa.
—¿Y tú? ¿Qué hacías antes?
Él duda. Sus circuitos escarban en los rincones oxidados de su memoria.
—Soñaba... con las... estrellas.
La frase es torpe. Rota. Pero honesta.
Thalix guarda silencio. Por primera vez en mucho tiempo, se le borra la sonrisa irónica.
—Vaya... entonces eres peor que yo. Eres un soñador.
Y por primera vez... ríe. Una risa real. Cansada, rota, viva.
De pronto, el estruendo de pasos interrumpe la tregua.
Soldados blindados, enormes, armados con rifles de plasma, se detienen frente a sus celdas. Uno de ellos mira la tabla de datos.
—Objetivo de la jornada: B1-27. Proceder a la fase neurológica.
Thalix se levanta de un salto.
—¡No! ¡No aún, idiotas! ¡No está listo! ¡Esa fase lo va a matar!
Uno de los soldados apunta su arma hacia ella.
—Silencio. Tú serás la siguiente.
Mientras los brazos mecánicos descienden para inmovilizar a B1-27, Thalix golpea la reja de su celda con ambas manos.
—¡Aguanta, B1! ¡Resiste! ¡No les des lo que quieren!
Pero él no puede moverse.
Las pinzas lo aprietan. Lo levantan como a un desecho. Lo llevan por el pasillo iluminado en rojo. Sus ópticos tiemblan. Su chispa arde.
Por primera vez, teme no por sí mismo... sino por lo que dejará atrás.
Por ella.
La sala es circular. Fría. Sin esquinas. Construida para que ningún pensamiento encuentre refugio. En el centro, una silla metálica más parecida a una trampa que a un asiento.
B1-27 es encajado a la fuerza. Sus muñecas son atrapadas por abrazaderas electromagnéticas. Su cuello queda fijo, apuntando hacia una luz blanca que lo enceguece.
Frente a él, una consola. Tras ella, un científico alto, con el emblema de Autobot pintado en rojo oscuro sobre su pecho. Su nombre no importa. Aquí, son todos iguales: sin chispa, sin compasión.
—B1-27... sexta unidad en sobrevivir más de tres fases. Una anomalía interesante —dice mientras ajusta unos calibradores—. Tal vez tu cerebro secundario sirva para la nueva red de control en soldados esclavos.
El científico inserta una aguja directa en la base del cráneo de B1-27. Luego otra. Y otra. Un enjambre de cables comienza a emerger de la silla, como tentáculos brillantes.
—Iniciando descarga de memoria forzada.
El impacto es inmediato.
Un trueno estalla dentro de su mente.
Un alarido sin boca ni garganta.
Códigos fragmentados. Recuerdos ajenos. Pesadillas que no son suyas.
El sistema inyecta imágenes en su red neuronal: fuego, ruinas, planetas destruidos. Luego borra pedazos de lo que él alguna vez fue. La tortura no es física. Es peor. Están intentando reescribirlo. Convertirlo en otra cosa. En un soldado vacío.
—Fase de reprogramación parcial. Vamos a ver qué queda de ti cuando terminemos.
B1-27 tiembla. Sus ojos se dilatan. El dolor es tan vasto que ya no puede diferenciar si lo está sintiendo o si solo lo está recordando.
Pero entonces... una chispa.
No de memoria. Sino de vínculo.
Thalix.
Su voz, su risa quebrada, su rabia. Un fragmento cálido en medio del fuego. Algo pequeño, pero suyo. Algo que los científicos no entienden. Algo que no pueden tocar.
Ella dijo:
“No les des lo que quieren.”
“Tú soñabas con las estrellas.”
Esa chispa se convierte en un núcleo. En un escudo mental. Y cuando el sistema intenta reescribirlo, choca con un muro.
El científico frunce el ceño.
—¿Qué...?
—Resistencia inesperada —dice una voz por el intercomunicador—. El sujeto está generando contracódigos.
—¡Eso es imposible! ¡No tiene los implantes necesarios!
Pero es real.
B1-27 está sobreviviendo.
No porque esté hecho para ello. Sino porque se aferra a su verdad. A lo que queda de él. A una promesa no dicha.
“No seré una máquina más.”
Los sensores se sobrecargan. La silla comienza a chispear. El sistema colapsa en errores.
ERROR 972A: NEUROCAMPO INESTABLE.
ANULACIÓN DE SOBRESCRITURA.
SUBYUGACIÓN FALLIDA.
El científico retrocede, atónito.
—¡Córtenlo! ¡Ahora!
Pero ya es tarde.
B1-27 grita, no de dolor, sino de pura voluntad. La energía liberada revienta una de las correas. Sus manos aún tiemblan, pero su chispa vibra con un latido que no pertenece al protocolo.
Un latido libre.
Y entonces, se apaga.
No porque haya fallado.
Sino porque decidió resistir... hasta el último ciclo.
Perfecto. Continuamos justo donde lo dejamos: B1-27 ha sobrevivido a la Fase Neurológica, un evento que muy pocos han resistido. Ahora despierta… pero algo en él ha cambiado. La historia sigue su curso.
Oscuridad.
Silencio.
Un pitido lejano, como un pulso electrónico fallando. Algo chisporrotea en su pecho. B1-27 flota en esa oscuridad, atrapado entre el dolor y la nada. No sabe si han pasado ciclos o segundos. Pero de pronto, un ruido.
Un zumbido metálico. La puerta de una celda. Un golpe seco.
—¡Muevan esa chatarra! ¡Todavía tiene carga funcional!
Lo lanzan sin cuidado sobre el suelo áspero. Su cuerpo rebota y queda inmóvil. Humo sale de sus conectores. El mundo gira.
—¡HEY!
Una voz. Fuerte. Furiosa. Familiar.
Pasos rápidos. Luego unas manos pequeñas, pero firmes, lo giran. B1-27 apenas logra abrir un óptico.
—Thalix…
Ella lo mira. Está sucia, con una nueva abolladura en el rostro y una chispa de rabia en los ojos. Pero también algo más.
Miedo. Miedo de perderlo.
—¿Me estás viendo? ¿¡Estás funcionando!? —le sacude levemente la cabeza—. ¡Idiota! ¡Pensé que te iban a fundir desde adentro!
Él trata de hablar, pero no tiene voz. Solo suelta un zumbido casi animal.
—Shhh… no hables. Solo… estás aquí. Eso es suficiente.
Thalix se agacha y le coloca algo bajo la cabeza. Una pieza metálica doblada, apenas acolchada. Un gesto inútil, pero tierno.
—¿Qué te hicieron allá dentro?
B1-27 parpadea con esfuerzo. Siente las palabras quemándole el procesador, pero las deja salir, en voz baja y ronca.
—Intentaron... borrarme.
Ella asiente, conteniendo la ira.
—Sentinel lo hace. Quiere crear soldados obedientes desde las ruinas. Pero tú… tú hiciste corto su sistema. Escuché a los soldados murmurar. Dijeron que nunca habían visto algo así.
B1-27 intenta moverse, pero cada articulación le pesa como si tuviera una luna encima.
—No te esfuerces. No todavía —susurra Thalix, sentándose junto a él.
Silencio.
La luz parpadea en lo alto. Y por primera vez, ninguno de los dos quiere que se apague.
—¿Sabes algo, B1? —dice ella, mirando hacia la reja—. Desde que estás aquí… ya no me siento sola. Antes, solo corría para no caer. Ahora… creo que si alguna vez vuelvo a correr, no será sola.
Él gira la cabeza apenas.
—Corramos… juntos.
La frase es débil. Casi un suspiro. Pero ella sonríe. No con lástima. Con decisión.
—Sí. Pero para eso tenemos que salir de esta chatarra de tumba.
Se queda en silencio un momento más, antes de inclinarse.
—Descansa. Te necesito entero para cuando rompa esta celda.
Y por primera vez, en esa prisión subterránea de muerte y dolor… algo parecido a un plan nace.
No una idea brillante.
Sino una semilla.
Dos prisioneros.
Una chispa rebelde.
Y un sueño que aún respira
Han pasado varios ciclos desde la Fase Neurológica.
La celda 43 sigue siendo una grieta en el infierno subterráneo que Sentinel llama orden. Pero algo ha cambiado. Una energía nueva vibra en el aire.
—Thalix, ¿qué hacen dos Decepticons cuando pierden un mapa?
Ella no responde. Afila una pieza de metal oxidado, convertida en ganzúa.
—Se transforman... en problema. ¡¿Lo pillas?! “Transforman”... ¡ja!
Silencio.
—Debería desactivarte ahora mismo —gruñe Thalix.
—¡Eso sería un grave atentado contra el humor Autobot! —dice B1-27, tumbado boca arriba, con los brazos detrás de la cabeza como si estuviera en la playa y no en un hoyo húmedo lleno de mugre y desesperación—. Además, soy indispensable para este escape. Yo soy... el ingeniero de moral.
Thalix lo mira con los ojos entrecerrados.
—¿Ingeniero de moral?
—Exacto. Me encargo de que tu circuito no colapse por exceso de seriedad.
Ella no puede evitar soltar un bufido que casi suena a risa.
Desde su recuperación, B1-27 ya no es el mismo. Algo de la Fase Neurológica soltó un nudo interno. Ya no tiembla como antes. Ya no se calla. Habla. Ríe. Canta, a veces. Y aunque su cuerpo aún está roto, su chispa parece más viva que nunca.
—Tengo una teoría, Thalix —dice, mientras observa el techo—. No somos prisioneros. Somos actores en una obra de teatro absurda. Y los científicos… los peores guionistas del universo.
—¿Sí? ¿Y cuál es tu papel?
—Obvio. ¡El protagonista simpático que no muere en el primer ciclo!
Ella rueda los ojos, pero sigue escuchando.
—Y tú… eres la fembot seria que finge que no le cae bien el gracioso, pero que en secreto lo ira.
—¿Eso crees?
—No. Pero ayuda a pasar el tiempo.
Thalix le lanza una pequeña tuerca oxidada que él esquiva por poco.
—¡¡Agh!! ¡Agresión! ¡Violencia injustificada! ¡Testigo presente! —dice apuntando a una rata mecánica que pasa corriendo por la celda—. ¡Ese pequeño vio todo! ¡Y testificará!
Ella niega con la cabeza. Pero ya no lo mira como antes. Ahora lo mira como alguien que ha vuelto del abismo… y eligió reír en vez de romperse.
—Oye, B1 —dice al fin, mientras ajusta los planos mentales de las salidas de ventilación—. ¿Por qué lo haces?
—¿El qué?
—Reír. Bromear. Todo eso. No es que me moleste… pero no lo entiendo. Aquí abajo todo muere.
B1-27 se incorpora. Se le caen algunos cables de la espalda.
—Justamente por eso, Thalix.
La mira directo a los ópticos.
—Porque si aquí abajo todo muere… entonces hay que hacer ruido antes de desaparecer. Que nos escuchen. Que nos recuerden.
Ella no dice nada por varios segundos.
Y por primera vez, no lo ve como un tonto con chistes.
Lo ve como alguien que eligió cómo arder.
—
Y esa noche, en la oscuridad, mientras los generadores fallan y los soldados murmuran en pasillos lejanos, Thalix le susurra:
—B1…
—¿Sí?
—¿Cuál es el plan de escape, ingeniero de moral?
Él sonríe.
—Fácil: salimos, le robamos una nave al comandante, lo saludamos con una reverencia ridícula, y luego nos vamos bailando rumbo a las estrellas.
Thalix se ríe. Una risa corta. Sincera. Dolorosa.
—Entonces empieza a bailar, porque mañana salimos a probar esa ganzúa.
—
La rebelión aún no ha comenzado…
pero ya no están solos.
Y eso es más que suficiente.
Es noche. O al menos, la versión retorcida de “noche” en la Granja de Hierro: las luces de los pasillos están bajas, los guardias duermen en modo semiconsciente, y las ratas de chatarra recorren los túneles oxidados con más libertad que los prisioneros.
Thalix y B1-27 están sentados espalda contra espalda, junto a la pared más fría de la celda. Los planos del escape descansan a un lado. La ganzúa está oculta en la ranura de un muro. Pero esta noche no hablan de estrategias.
Solo hablan. Como si fueran... amigos. O algo más antiguo que eso.
—¿Sabes qué es lo que más odio de este lugar? —dice Thalix, mirando hacia arriba, como si allá hubiera estrellas.
—¿El menú? —responde B1-27 con voz suave—. No soy crítico, pero esas sopas de lubricante están arruinando mi paladar.
Ella ríe por la nariz.
—No. Es que aquí los sueños no tienen espacio. Se oxidan antes de nacer.
Silencio. Y luego:
—Yo solía tener uno. Antes de que me capturaran.
—¿Uno de esos sueños brillantes con música épica y explosiones a cámara lenta?
—Algo así —dice Thalix, cerrando los ojos—. Soñaba con ser una guerrera. Pero no una soldado más, ¿sabes? Quería ayudar. Proteger a los más pequeños. Ser el tipo de Autobot que da esperanza cuando todo está perdido.
B1-27 la escucha en silencio. Por primera vez, sin soltar una broma.
—Eso suena… muy tú —dice al fin.
—¿Y tú?
—¿Yo qué?
—¿Cuál es tu sueño?
Él se queda callado. Mira sus manos maltrechas. Luego el reflejo distorsionado de su cara en una mancha de aceite en el suelo.
—No tengo uno.
Thalix gira hacia él, confundida.
—¿Nunca lo tuviste?
—No. Cuando eres un número en una lista de pruebas, soñar es algo que le pertenece a otros. Hasta ahora solo he existido… para no morirme.
Silencio. Thalix baja la mirada. Pero entonces, él sonríe y se sienta más derecho.
—Aunque... he estado pensando que quiero llamarme “Malotetron”.
Ella lo mira, perpleja.
—¿Qué?
—Sí, sí. Suena malvado, misterioso. “¡Teman al grandioso Malotetron, destructor de... papas fritas!”
Thalix se ríe tan fuerte que suelta un pequeño crujido de su torso.
—¡Por Primus, qué nombre tan horrible!
—¡Exacto! Por eso me gusta. Nadie olvida un nombre como ese. Además, si alguna vez salgo de aquí, quiero ser alguien que se recuerde, incluso si es por algo ridículo.
Ella lo mira. Sus ojos brillan con una calidez que él no había visto antes.
—¿Y si no fueras Malotetron?
—¿Tienes algo mejor?
Thalix se le acerca un poco. Lo observa como quien escanea una vieja reliquia con potencial.
—Tienes cara de... Bumblebee.
Él frunce el ceño, luego se echa a reír.
—¿En serio? ¿Bumblebee? ¡Eso suena a bichito feliz con problemas de autoridad!
—Justamente —responde Thalix, sonriendo—. Te pega perfecto.
Él baja la cabeza, fingiendo dramatismo.
—Mis aspiraciones de villano se desintegran ante tus ojos.
—Y menos mal —dice ella—. Porque hay algo que quiero que me prometas.
B1-27 la mira, curioso.
—¿Qué cosa?
Ella se pone seria. Muy seria.
—Prométeme que, sin importar lo que pase allá afuera... sin importar si Cybertron arde, o si todo se pierde… tú no vas a dejar de ser así.
—¿Así cómo?
—Así tú. Ruidoso. Tonto. Brillante. El único idiota en este agujero que todavía se ríe. Prométeme que no vas a apagar eso.
B1-27 parpadea.
Y por un momento, su voz ya no es absurda. Ni infantil.
Es clara. Firme. Con alma.
—Lo prometo.
Y aunque aún no lo sabe…
en ese momento, nace Bumblebee.
No como nombre.
Sino como identidad.
Pasaron varias rotaciones desde aquella noche de promesas.
Los días siguientes fueron extrañamente... diferentes.
Los soldados ya no golpeaban con la misma crueldad. Los científicos no exigían tanto dolor. Hasta el aire, en esa prisión oxidada, parecía más liviano.
Y entonces llegó Wheeljack.
Un científico excéntrico. Llevaba un casco repleto de luces intermitentes y un acento extraño. Trabajaba solo. Murmuraba fórmulas que nadie entendía. Pero sus resultados hablaban más fuerte que cualquier chispa:
Armaduras funcionales, estables, inteligentes.
“Tecnología real”, decía Sentinel Prime. “No como la basura experimental de los demás”.
Y un ciclo después… las celdas se abrieron.
Todos los presos fueron soltados.
—¿Estamos... libres? —susurró Thalix.
—¡¿Qué?! ¡¿En serio?! ¡Entonces me quito este uniforme de prisionero, y me pongo mi traje de héroe intergaláctico!
—No tienes traje.
—¡Entonces lo invento! ¡Con papel aluminio y esperanza!
Risas. Lágrimas. Abrazos.
Hasta los más endurecidos apenas podían creerlo.
Por fin. Libertad.
Los científicos se fueron.
Los guardias también.
Y los antiguos prisioneros salieron, paso a paso, al hangar exterior donde una nave esperaba para llevarlos lejos.
Thalix y B1-27 caminaban juntos. Él no dejaba de hablar, inventando nombres para su nuevo “escuadrón”: Los Escarabots del Alba, Unidad Rayo Tostador, Los Siete del Engranaje…
Ella solo sonreía.
—A veces pienso que tienes un generador de tonterías en la cabeza.
—¡Y tú tienes una cara que merece una estatua! ¿Qué hacemos con eso?
Pero justo cuando la salida estaba a la vista… un estallido.
BOOOM.
La tierra tembló.
Gritos.
Fuego.
El techo colapsó. Las estructuras se incendiaron una tras otra. Una alarma desesperada comenzó a sonar, pero nadie estaba ya para escucharla. Los últimos vestigios de la Granja de Hierro se autodestruían por una falla en los reactores.
—¡Thalix! ¡Corre! —gritó B1-27, tirando de su brazo.
Ambos corrieron por los pasillos en llamas. Chispas cayendo. Partes del techo derrumbándose. Las voces de otros ex prisioneros se desvanecían entre el humo.
En un pasillo lateral, entre ruinas y fuego, vieron una cápsula de emergencia.
Abierta. Funcional.
Una sola.
—¡Vamos! ¡Vamos! ¡Sube, Thalix! —gritó B1-27.
Pero ella se detuvo.
Miró la cápsula. Luego a él.
Y sonrió.
—No... tú primero.
—¡¿Qué?! ¡No, no, no, no! ¡Ambos podemos caber! ¡Déjame ajustar el—!
Thalix lo abrazó fuerte. Con un temblor.
—No hay tiempo.
—¡NO! ¡No me hagas esto! ¡Ya somos libres, Thalix! ¡Lo logramos!
Las llamas ya estaban cerca. El suelo temblaba.
Ella lo miró directo a los ópticos.
—Escúchame bien, Bumblebee.
Él dejó de moverse. Su corazón casi se detuvo al oírlo pronunciar ese nombre. El nombre que él nunca se atrevió a reclamar del todo… hasta ahora.
—Pase lo que pase, prométeme una cosa.
—No. No otra promesa.
—Prométeme que no vas a cambiar. Que no vas a apagar esa chispa tonta, ridícula y hermosa que tienes. Prométeme que vas a seguir siendo tú.
B1-27 tragó aire. Una chispa se le derramó por el óptico izquierdo.
—Lo prometo.
Ella sonrió, orgullosa.
Y lo empujó dentro de la cápsula.
—¡NOOO! —gritó él, golpeando la compuerta—. ¡THALIX, NO! ¡ABRE ESTO, MALDITA SEA! ¡NO TE QUEDES!
La cápsula se cerró.
Por la ventanilla, vio su figura rodeada de fuego. Inmóvil. Firme. Como una estatua eterna en el infierno.
Ella le dijo algo. No se escuchó.
Pero él lo leyó en sus labios:
“Sonríe… Bumblebee.”
Y la cápsula fue lanzada.
Entre fuego. Humo. Lágrimas.
La Granja de Hierro se desmoronó tras él.
Y en el vacío del cielo, volando lejos de su primera casa…
nació el verdadero Bumblebee.
El Autobot.
El fuego había muerto.
La tierra ya no temblaba.
La Granja de Hierro… solo era un cementerio de metal retorcido y humo gris que subía como el alma de los caídos.
Entre los escombros calcinados, una cápsula abierta humeaba, rota en un costado. Las compuertas habían sido arrancadas con fuerza bruta. A su lado, arrastrándose por las cenizas, con las piernas desajustadas y el rostro cubierto de hollín y cables expuestos…
salía él.
B1-27.
Pero no como el prisionero.
No como la rata de laboratorio.
No como el payaso de la celda oxidada.
Ahora era otra cosa. Algo más… roto. Y más real.
Entre sus brazos, sostenía algo con infinito cuidado.
El cuerpo sin vida de Thalix.
Su armadura estaba quemada.
Su rostro, apenas reconocible bajo las marcas del calor.
Pero aún así, él la abrazaba como si aún pudiera despertar.
Como si aún pudiera hacerle una broma absurda.
Como si aún pudiera sonreírle y decirle:
"Te dije que Malotetron era buen nombre..."
Pero ella no respondía.
Y por primera vez en toda su existencia, B1-27 no podía reír.
Se arrodilló en medio del campo de ceniza.
Los rayos del amanecer cayeron sobre él, iluminando las ruinas de su infierno.
Era libre.
Libre.
Sin barrotes. Sin experimentos. Sin gritos ni jaulas.
Libre.
Y sin embargo…
—¿Entonces… por qué no se siente bien? —susurró, con la voz rota—. ¿Por qué… me duele tanto? ¿Por qué siento que... todavía estoy encerrado?
Las lágrimas —de chispa, aceite y memoria— comenzaron a caer.
Cayeron sobre el rostro de Thalix.
Y en medio de ese mar de tristeza, una voz en su mente emergió del humo.
“Prométeme que vas a seguir siendo tú…”
La frase le atravesó el pecho como un rayo de luz en una cueva.
Se quedó quieto.
Temblando.
Sus dientes apretados.
Sus manos temblorosas.
Y en el momento más oscuro…
sonrió.
No fue una sonrisa feliz.
Fue una sonrisa de guerra. De destino. De decisión.
—Te lo prometí —susurró—. Nunca voy a dejar de ser yo.
Le acarició la frente con una ternura que no parecía de este mundo.
—Y voy a cumplir tu sueño, Thalix.
Miró al cielo.
A la primera luz que rompía el humo.
—Voy a ser el mejor Autobot que haya existido. No porque quiera ser un héroe...
Sino porque tú querías serlo.
Y ahora ese sueño… es mío también.
Se puso de pie.
La cargó en sus brazos.
Y caminó.
Herido.
Solo.
Pero con una llama que ya no podía apagarse.
La chispa de un verdadero Autobot.
(Seguiré editando la historia supongo ya que hay algunas cosas que no concuerdan mucho)
Comments (3)
9 likes soy popular :D
Esto es arte. Sigue así, compañero.
Responder a: □›››⟨𝑻𝒉𝒆 𝑩𝙪𝙢𝙗𝙡𝙚𝙗𝙚𝙚⟩ :honeybee: ‹‹‹■
Me alegra que te guste