El amor no empieza en los labios,

ni en la urgencia de una caricia,

empieza en los gestos pequeños,

en la espera, en la risa compartida.

Es verte llegar sin anunciarte

y sentir que el mundo se ordena,

como si el caos supiera de pronto

dónde poner cada estrella.

Es el café que se enfría en la charla,

las manos que no necesitan palabras,

el silencio que no incomoda,

sino que abraza, y calma.

Amor es quedarse cuando hay sombra,

cuando la voz tiembla o se quiebra,

cuando el otro no brilla,

pero igual se lo mira con ternura plena.

Es elegir, no una vez, sino siempre,

aunque el camino no sea sencillo,

aunque el tiempo arrugue la piel,

y el futuro venga sin brillo.

El amor, entonces, no grita,

no presume ni exige victoria.

Es raíz, es refugio, es semilla.

Es escribir juntos la misma historia.